Mini guía para quejarme menos

 

 

 

O el clima está feo. O la economía del país va de mal en peor. O no aguantas a tu jefe. O los tomates que compraste no están lo suficientemente jugosos. Cualquier cosa es una potencial queja. Hay gente que anda por la vida despilfarrando lamentos a donde sea que vaya. Parece ser su actividad predilecta. Como diría mi abuela… “se quejan de lleno”.

La queja es humana y a través de ella logramos desahogarnos. Es un recurso que nos ayuda a liberar nuestra insatisfacción, dolor o frustración. Además, si alguien más avala nuestro reclamo, nos sentimos comprendid@s y acompañad@s.

Ahora bien, ¿qué tan provechoso es quejarse?

Si nuestra actitud ante la vida se basa en este mecanismo y no nos motiva a cambiar, termina siendo disfuncional: quejarnos solo nos genera malestar. Nos hace quedarnos en una posición pasiva en la que no hacemos nada para cambiar aquello que no nos gusta.

Pero la queja es adaptativa cuando nos incentiva a buscar soluciones y es proporcional a nuestro malestar.

No tienes que dejar de quejarte. Sin embargo, es importante que no te quedes a vivir en la queja. Es decir, ¡no te instales allí!

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