¿Es realmente tan importante?
El apego será la base en la que el niño o niña construirá la estructura para el resto de su vida. Es decir que no solo afecta nuestra niñez, sino que su impacto se prolonga a la adolescencia y la vida adulta, ya que allí nos proveemos de los mecanismos de adaptación con los que contamos en la vida.
Todos los vínculos cercanos que se crean después de nuestra infancia -con parejas, amigos/as cercanos, compañeros y compañeras de equipo, etcétera- reutilizan la maquinaria básica establecida por el vínculo inicial -cuidador/a- niño/a- durante nuestra infancia temprana.
Formamos nuestro apego durante nuestros primeros años de vida.
Reconocer cuál y cómo fue nuestro lazo de apego en la niñez resulta fundamental para comprendernos como adultos, para entender por qué nos relacionamos de determinada manera con las personas que queremos y no de otra.
¿Cómo formamos nuestro estilo de apego?
Durante nuestros primeros años de vida desarrollamos un modelo de lazo afectivo con nuestros primeros cuidadores (que son generalmente mamá y papá).
Es a partir de ese primer vínculo que aprendemos a relacionarnos con el mundo. Se constituye como nuestro modelo, y proyectamos el mundo en función de ese lazo: si nuestro cuidador o cuidadora nos hace sentir seguridad, nos sentiremos a salvo en el mundo. Si no recibimos atención de quien nos “cuida”, nos sentiremos sol@s y nos protegeremos de todo.
Esto significa que hay distintos tipos de apego, y no todos son igual de saludables.
¿Cuáles son los tipos que existen?
Apego seguro:
Es el resultado de buenas relaciones con las figuras de referencia, lo que permite a la persona contar con buenos modelos en el campo de la interacción social.
Las personas adultas con esta clase de apego no entregan su confianza en un primer contacto, pero la depositan con alegría en aquellas personas que la ganan. Esto hace que disfruten de relaciones profundas y saludables, a una distancia óptima. Disfrutan del contacto, pero no viven la falta de contacto con ansiedad o miedo.
Apegos inseguros:
Se caracterizan por un vínculo de cuidado que NO da seguridad.
Ansioso ambivalente:
Las figuras de apego a veces brindan conductas de cuidado, y a veces no, provocando una inseguridad que vuelve a la persona cuidada renuente a la exploración.
Quienes tienen este tipo de apego viven las relaciones con otros con suma intensidad, pero al mismo tiempo con un profundo miedo de perder a esas personas, e interpretan como amenazantes los distanciamientos o lejanías -incluso momentáneas y leves- de quienes les rodean.
Ansioso evitativo:
Este apego se caracteriza por la angustia que vive el bebé cuando su mamá se va. Pero, a diferencia del anterior, cuando la figura de apego vuelve, la evita. Se muestra indiferente.
El rasgo más notable de las y los adultos con este tipo de apego es la dificultad para establecer vínculos cercanos con los demás. Suelen desarrollar una autonomía falsa, que es acompañada de una profunda angustia al experimentar cercanía emocional con alguien.
Estilo desorganizado:
Quienes tienen este estilo de apego por lo general tuvieron cuidadores con conductas ambivalentes -a veces afectuosas, otras indiferentes o incluso agresivas-, y suelen repetir el mismo patrón cuando son adultos. Pueden pasar de la sumisión a la agresividad, o de la cercanía a la distancia con una facilidad que desconcierta.
¿Es posible modificar el estilo de apego?
Los modelos internos no son rígidos e inflexibles, sino que pueden modificarse en función de las figuras de apego que conocemos a lo largo de la vida. Con cada relación que tenemos, generamos una nueva oportunidad para actualizar nuestro estilo de apego.
En este artículo encontrarás
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