La familia es el lugar donde se gestan las primeras emociones, los modos de pensar y de hacer, y todas las vivencias que transforman, moldean, y que se reflejan en la personalidad adulta. La familia es la primera institución de la que somos parte en el mundo, y las relaciones que se desarrollan en ella son las primeras relaciones significativas que tenemos los seres humanos.
No hay recetas mágicas
Todas las relaciones implican procesos: Procesos de conocer a la otra persona, de generar acuerdos y poner límites; de romper muros que no es necesario sostener o alejarse de aquellos vínculos que lastiman.
En el caso de la relación con tu familia, esta dependerá muchísimo de tu tipo de familia, de las interacciones y dinámicas que mantienen, de la personalidad de cada miembro de la familia, entre otros factores. Por eso no existe ninguna “receta mágica” para mejorar tus relaciones y llevarte bien con tu familia.
Pero sí existen -y es de lo que trata este artículo- algunas verdades que, aplicadas a nuestros vínculos familiares, pueden provocar que te relaciones de manera sana con tu familia.
Para elaborar esta lista de recomendaciones que te permitirán tener relaciones más sanas con los miembros de tu familia, tomé algunas de la psicóloga Tiffany Roe, y las restantes son de mi autoría. Si bien son diez en total, dedicaré esta primera parte a tres recomendaciones -y las siete restantes las abordaré en una segunda parte-.
Primera recomendación: Autenticidad
Podés elegir la autenticidad por sobre la aprobación.
No necesitás la aprobación de tu familia. Puede que la desees, pero no la necesitás.
En tanto seas una persona adulta, que tu familia te apruebe no es indispensable para llevar adelante tu vida. Podés vivir sin ella. De hecho, no necesitas la aprobación de nadie más que la tuya. Y si se libera una batalla interna en vos pensando “qué va a pasar si mi madre/padre no aprueba esto de mi vida; sería terrible” la tarea será sentarte con ese disconfort y verlo, analizarlo, abrazarlo.
Está bien querer recibir aprobación por parte de nuestra familia, es normal. Pero pensemos en cuánto mejor sería elegir la autenticidad -ser quien realmente somos- por sobre la aprobación.
Antes de continuar con las recomendaciones, me gustaría hacer un alto en este punto: no confundamos la autenticidad con la rudeza. La autenticidad no significa que al dejar de esconder y “quitar el filtro”, se recurra a la confrontación y el choque para expresar esa autenticidad. Comportarse de esa manera es un exceso, y ser auténticamente no se trata de eso.
La autenticidad tiene que ser equilibrada. Implica permitirse ser lo que queremos ser de manera respetuosa con las otras personas, sin recurrir a atacar, humillar o defenestrar.
En última instancia la autenticidad se trata de vivir una vida enfocada en valores que guíen tu vida.
Considera cómo se ve la autenticidad para vos. “¿Me estoy mostrando como soy? ¿Me gustaría ser de alguna manera que no me estoy permitiendo ser? ¿Hay algo que está bloqueando mi modo de ser en la vida? ¿Por qué estoy eligiendo la aprobación de los demás en vez de mi propia autenticidad?¿Qué pasaría si decidiera ser auténtica/o?”
Segunda recomendación: Amor
Se una mamá -o un papá- amorosa con vos mismo/a, incluso si no lo fueron con vos.
A esto le llamamos en terapia trabajo con nuestro niño interior. Se trata de un trabajo profundo que implica actuar como un papá o mamá sabia, cálida y amorosa. Implica ver las necesidades que nuestro niño/a -es decir, las vivencias infantiles que viven dentro nuestro y que en general guían nuestra vida- para reconocerlas y satisfacerlas en nuestro presente adulto.
Es probable que las necesidades de tu niño/a no fueran saciadas, y debido a eso continúes intentando que haya personas fuera de vos que las sacien. Lo que no se percibe aquí es que -por mucho que el afuera de- la necesidad debe ser colmada desde dentro. El trabajo es interno, y no en el mundo externo.
Al llegar a la adultez debemos tomar la responsabilidad de practicar con nosotr@s la autocompasión, la autovalidación, el tratarnos con amor. No podemos continuar culpando a nuestros padres por esa falta. Con esto no quiero negar que podamos reconocer que no se nos colmó de todas las necesidades que tuvimos durante nuestra niñez -de hecho ese es uno de los mayores trabajos-. Sin embargo, es nuestra responsabilidad colmar esas necesidades en el presente.
Si tu familia no entiende tus necesidades -y mucho menos puede colmarlas-, entonces tenés que ser vos quien haga un alto, tome la iniciativa y diga:
“Yo necesito esto. Y me lo voy a dar porque merezco que esta necesidad sea saldada. Yo necesito amor, necesito límites, necesito cariño, necesito intimidad emocional. Necesito llorar, y también necesito calmarme. Necesito apoyo, buscar ayuda.”
Quiero que seas vos quien reconozcas eso que necesitás, que honres lo que sentís, lo valides y busques saciarlo por fuera de tu familia. Que seas vos la mamá o el papá amoroso y sabio que colma tus necesidades.
Tercera recomendación: Cambio
Podés cambiar tu sistema de creencias incluso si difieren del sistema de creencias familiares.
Sí, podés hacerlo. Como la persona adulta que sos, no tenés que seguir pensando como piensa tu familia. Podés tener opiniones completamente diferentes acerca de cualquier tema, y eso está bien.
Nuestra familia es una pequeña sociedad de la que somos parte. Por eso cuando nuestras ideas cambian, todo el sistema de esta sociedad cambia, se mueve. Esto a veces puede generar conflictos. Pero debes saber que si como individuo cambiaste tus creencias adoptando unas diferentes a las de tu familia, y ahora pensás diferente, tenés permiso de hacerlo. No tenemos que comportarnos, movernos o actuar en bloque.
Más allá de la sociedad de la que seamos miembros, como individuos tenemos el derecho de pensar lo que deseemos pensar. La diversidad es parte de nuestra libertad, y esa capacidad de pensar por nosotros mismos y hacer nuestras propias elecciones es parte de aquello que nos hace únicos.
La diversidad es algo increíble, hermoso, necesario, y que debería ser celebrado.
La verdad es que podés amar y respetar a personas que piensen diferente. Quizás no sean quienes elijas para compartir todos los días de tu vida, pero sí podés verlos cada cierto tiempo y -sobre todo- amarlos respetando las diferencias.
La clave para que tu cambio no lastime tus relaciones familiares es que se viva en un marco de respeto mutuo. El tener tus propias ideas -separándote del sistema de creencias con el cual no coincidís- y respetar las de tu familia hará que puedas seguir compartiendo cenas, almuerzos y días enteros con tu familia, independientemente de aquello que ya no compartís.
En este artículo encontrarás
Es muy normal tener diferencias con nuestras familias. El desafío es poder navegar esas diferencias para que nadie resulte herido, y todos/as puedan vivir acorde a sus creencias sin ser juzgados ni menospreciados por otros miembros.